La Milagrosa

Siempre que viajo es imposible no visitar las iglesias de los lugares a los que voy. Conocer iglesias y/o templos es parte de conocer la cultura de las ciudades, los pueblos y los lugares que visito. Verlas conlleva ponderar estilos que casi siempre va a depender de su arquitectura y hasta de la personalidad, el pensar y el sentir de quien las diseña.

Recuerdo muchas iglesias a las que no entré porque hay que pagar y como no concibo la idea de que haya que pagar para entrar a la “casa de Dios”, mejor no entro. Y es en ese momento de rebeldía eclesial que procedo a hacerles fotos por fuera o desde la puerta al altar.

En otras iglesias ha pasado que la turista que hay en mí entra en contradicción con mi ser cristiana, y es que las iglesias, siento, deben llamar al silencio, a la reflexión, al acercamiento a Dios, y muchas veces entre ostentosas arquitecturas, lujos, detalles, oro, plata, flores… esto se pierde, y de qué forma!

Nada de esto pasó cuando llegué a la capilla La Milagrosa en San José de las Matas, Santiago. Aquella iglesia situada en un lugar rural me sacó un suspiro, luego una oración, por último una alegría que no ha abandonado mi cuerpo desde entones. Es sencillamente hermosa. Conjuga tres elementos que para nada compiten- madera, hierro, vitral- muy por el contrario, la provee de una armonía interesante.

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Es sencilla y elegante. Es discreta y de buen gusto. Es silencio y es paz. Es recogimiento y oración.

La Milagrosa es un lugar donde habita Dios, un Dios que se nos muestra y nos recibe como lo que es, un amigo a la espera de nosotras/os para conversar.

@Viajera Segura/@párateahítours

 

 

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