Me miraste con tus ojos grises
y me tocaste el rostro con un soplido de color.
Me dejé mirar.
Me dejé tocar.
Y quise más, mucho más.
Por eso volví.
Volví a la envoltura gris de tus ojos coloniales.
Volví al toque alegre de tus manos sin cansancio,
que invitan a volver una y otra vez
sin prisa, pero con ansias
ansias que devoran la distancia,
que tragan la espera
y que desespera
aún cuando no se tiene prisa.