Ella, Isabel, había estado tres años antes que yo en Barcelona. Siempre soñé con estar en esa ciudad junto a ella, caminarla con ella, disfrutarla con ella. No fue posible. Creo que por eso la ciudad luego me supo a nostalgia.
En verano Barcelona es una fiesta, donde, según yo, predomina el rojo. Siempre, mientras caminaba el centro, pensaba que el mundo se había ido de vacaciones y vino a Barcelona ¡Dios, cuánta gente de todas partes del planeta en una sola ciudad!
Barna tiene un puerto hermoso y accesible donde puedes soñar, caminar y enamorarte. También tiene más de 10 playas que te hacen olvidar lo crudo que puede ser el invierno. Las piscinas públicas están abiertas y son un éxito de taquilla por lo económicas y bien cuidadas. Muchos barrios tienen celebración de fiesta mayor, destacando la del Raval y la de Gracia. Miró y Gaudí toman otra dimensión ante tus ojos cuando caminas irreverente sobre su arte en cualquier anden o rambla. La vida nocturna, como dice su gente: ¡Es una pasada! Debes cuidarte, ya que puedes perderte en sus noches locas y bohemias …en fin, ¡Barcelona es un lugar perfecto para vacacionar!
Aun así, esta ciudad me impregnaba una nostalgia difícil de describir o explicar. Me pasé ese verano mirándolo todo, muchas veces sin tomar parte, entre ensueños y suspiros, con la melancolía a cuesta. Fue ahí que decidí que la culpable fue Isabel.
Isabel no me esperó para hacer esas andanzas con la alegría de su voz dulce, queda y prometedora. No me esperó para presentarme formalmente aquella ciudad de la que hablaba en sus cartas electrónicas. No me esperó para describirme bien cómo pasaba el duro frío y cómo pesaba el difuso futuro. No, no me esperó.
En cambio me dejó el recuerdo de su clásico “¿Estás bien? …No estarás sola” y a lo lejos la canción de Serrano. En cambio, me dejó esa promesa que, no sé por qué razón, me hacía sentir más sola, más lejos y más nostálgica.
@Viajera Segura/ @párateahítours