“Una mujer es la historia de sus actos y pensamientos, de sus células y neuronas, de sus heridas y entusiasmos, de sus amores y desamores. Una mujer es inevitablemente la historia de su vientre, de las semillas que en él fecundaron, o no lo hicieron, o dejaron de hacerlo, y del momento aquel, el único, en que se es diosa. Una mujer es la historia de lo pequeño, lo trivial, lo cotidiano, la suma de lo callado. Una mujer es siempre la historia de muchos hombres. Una mujer es la historia de su pueblo y de su raza. Y es la historia de sus raíces y de su origen, de cada mujer que fue alimentada por la anterior para que ella naciera: una mujer es la historia de su sangre.
Pero también es la historia de una conciencia y de sus luchas interiores.
También una mujer es la historia de su utopía”.
Antigua vida mía, Marcela Serrano
He tenido la dicha que siempre que he deseado ir a Constanza, he podido, y es que para mí es uno de los lugares más atractivos de República Dominicana. Su friíto todo el año, el verdor de sus montañas, sus diferentes atracciones naturales y el espectáculo que supone ese juego de colores de su pródiga tierra que va desde el verde más oscuro hasta diferentes tonos de marrones, no tiene parangón.
Diez mujeres (y Valentina) en un afán válido de coger carretera, decidimos que el destino era Constanza. Es por esta razón que el segundo fin de semana de noviembre, luego de haber buscado alojamiento en Airbnb, disponer de tres de los vehículos del grupo y realizar una pequeña compra para las comidas, cogimos carretera, sencillamente ¡nos fuimos!
El primer ¡párate ahí! lo dijimos para detenernos en Panadería y Repostería Miguelina, desayunar algo y tomarnos una foto de grupo. El segundo fue en el Alto a la Virgen, para admirar aquel espectáculo de belleza natural que ofrece este alto y claro está, entrar a ver la Virgen y sus acompañantes, el Divino Niño, San Miguel, San José y el Sagrado Corazón de Jesús los que te reciben, bendicen y saludan.
Subimos la larga carretera curvada que lleva al pueblo de Constanza, municipio que pertenece a la provincia de La Vega y que está a 1,250 metros sobre el nivel del mar.
Llegando al pueblo ya hacía hambre, por tanto no dudamos en ir tras el rico cordero que cocinan donde Dilenia, hotel y restaurante, lo cual no nos defraudó, no solo por estar bien hecho, sino que su precio es bastante asequible.
Luego paramos en un lugar que es de recta obligación, la iglesia Nuestra Señora de las Mercedes. ¿Y saben qué…? Ahora que lo pienso, nunca que he ido a Constanza he entrado en ella, siempre está cerrada y esta vez no fue la excepción. Pero desde el Parque Central de Constanza tienes una vista amplia de la iglesia y desde el atrio de la iglesia puedes observar los grandes árboles, bancos y el tímido quiosco que componen el parque.
Frente a la iglesia y el parque, un sitio que ya es un ícono de este pueblo, La Esquina. Es en este lugar donde encuentras unas cervezas negras artesanales, que a decir de algunas amigas del viaje estaban muy buenas. Es una amplia casona en madera con mensajes tan jocosos como “Salvemos el planeta, es el único que tiene cerveza” o “ El amor que espere, la birra no porque se calienta”, nos invitó a parar, beber, reír y brindar por la vida, los viajes, las amigas y claro está, las cervezas.

Sabíamos que Constanza tenía mucho más que ofrecernos, el Santuario del Divino Niño, El Salto de Aguas Blancas, La Pirámide, El Parque Nacional Valle Nuevo, entre otros atractivos, pero decidimos dejar algo para la próxima vez que volviéramos y retirarnos a disfrutar de nuestro remanso de paz que por un fin de semana sería Cabaña de la montaña.
Esta cabaña tiene alojamiento para 10 personas. Seis habitaciones con suficientes camas para el número de gente que aloja. Cuatro baños, dos cocinas, dos salas de estar, una amplia terraza con un jardín más amplio todavía y rodeada de una vegetación que te hace feliz cuando llegas en la tarde como nosotras, cuando está cayendo el sol, cuando te levantas tempranito y ves la neblina allá a lo lejos o cuando ya subiendo el día, se despeja todo y cielo y montaña se unen en una complicidad envidiable.
Ahí, en esa Cabaña de montaña, fuimos felices. Reímos, jugamos, intimamos, volvimos a reir, comimos muchísimo, hablamos hasta por los codos, nuevamente reímos y regresamos a nuestros hogares, unas, convencidas de que estos viajes rejuvenecen y otras convencidas de que somos mujeres, como dice Clarissa Pinkola, que corren con lobos, donde el alejarnos hace que nos reencontremos y sí que lo logramos.
Vale la alegría viajar.
Me encantó leer así de mi pueblo querido.
Un saludo
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